sábado, 30 de marzo de 2013

La eterna inestabilidad de las cosas.

Casi todo cambia. Los miedos cambian. Los sueños cambian. Las expectativas, los amigos, las mentiras, las casas, las mascotas, el tiempo, los horarios, los lugares, las ideas, los problemas,...–los sentimientos no cambian, cambian las personas–.

En esta operación los números se modifican y, consecuentemente, el resultado. Y aun aventurando los distintos y posibles números –aun así, recalco– pensar en el cambio aún me aterra, me sorprende y/o me preocupa.

domingo, 17 de marzo de 2013

Fading away

 Antes de nada, recomiendo escuchar la canción Fade to Black, de los Dire Straits mientras se lee esto. Dicho esto, comienzo.

 Se dejó caer en aquel taburete destartalado de su bar. Hincó los codos en la barra, como un estudiante en el escritorio. Oh, aquellos tiempos de estudiante. Hace mucho que pasaron. Solía venir a este mismo bar. Antes rezumaba vida. Ahora estaba sucio, apagado, muerto; como él. Mentía, el bar no estaba borracho, ni drogado, ni triste.

 Pegó una patada a un aparador, que entendió la señal y se abrió, mostrando un colectivo de botellas a medias, polvorientas. Eligió una que parecía ser verde. Su amigo de siempre. El duende verde. Él le había llevado a la desgracia, pero sinceramente, se lo agradecía. 

 ¿Qué iba a pasar si le hubiese ido bien? Tendría una buena vida, estaría casado, y posiblemente con un hijo o dos. Pero sinceramente, ¿qué importaba eso? El estaba engañando a la  vida, a la muerte, al tiempo, al reloj. Se movía como quería. Había nacido hacía 39 años y había vivido más de lo que mucha gente vive en toda su vida.

 ¿Qué importaban los resultados? Son todos tan efímeros, volubles, se van. Al final solo queda la experiencia, da igual que no consigas nada con ella. ¿Qué importaban los recuerdos? Desaparecerían con él, así que, no pasaba nada porque no conservase ninguno. De hecho, así era, no se acordaba de nada de lo que había pasado en sus 39 años de su existencia.

 Asió una copa y la posó sobre la barra. Desenroscó el tapón de la botella y buscó una cuchara y un azucarero. Los mejores amigos del duende. Hizo lo de siempre, pero faltaba algo. 
Sacó con dificultades (todo hay que decirlo) su Zippo y lo encendió. Contempló la llama. 
Aparto la copa con cuidado, esperando a que terminase de quemarse. Recuperó su posición y se encendió un cigarro que guardaba en el bolsillo. Estaba arrugado y algo roto, como él ahora mismo, pero le daba igual. Se lo puso en la boca, pero no lo encendió. 

¿Qué hora era? Vaya, las 0:16. Ya tenía 40. Al girar la cabeza contempló el brillo de una vieja Luger que había comprado hacía años, por si pasaba algo algún día, nunca la había usado, no sabía si tenía balas, solo la tenía para asustar, por si acaso. El duende seguía ardiendo con sus compañeros.

El tarado que se la vendió le aseguró que funcionaba como si viviesen en 1938. Por hacer la gracia, se la colocó en medio de la frente, y se dispuso a apretar el gatillo. Aquel tarado estaba más borracho que él cuando se la compró, no sabría ni quién fabricó la pistola.

Echó una mirada a su amigo el duende verde y le prometió que no le pasaría nada, que en cuanto oyese un 'clac', volverían a estar juntos. Con el tiempo había acabado queriéndolo. Ay, el duende, no sabe lo mucho que lo adora. Se propuso oír ese último chiste antes de irse a dormir.

Apretó el gatillo. Cayó el cigarrillo en la barra. Cayó él hacia el suelo, y durmió.

Los borrachos nunca mienten, la sangre tampoco.

jueves, 14 de marzo de 2013

Caos en una pantalla de lija suave

Y tuviste que aparecer. No podías vivir fuera de cámara, trabajando, igual que el resto el equipo que dan forma a "Mi mundo". Al contrario que el resto de actores y actrices, no estás en blanco y negro, y sí, es algo que me sorprende, ahora mismo sí me sorprende ver color. Porque sí. Porque no lo veo. Porque si no me drogo, no veo nada más que esos dos colores.
 Tú... en cambio... tú... no lo sé. ¿Eres consecuencia de los psicotrópicos o de ti misma? No lo sé, pero dímelo ya, porque me haces perder la cabeza, nunca juegues con la imaginación de un esquizofrénico.

Mientras tanto, va cambiando la iluminación. Tú dejas de ser un extra que pasaba por allí, te convertiste en actriz secundaria (mientras, niego que seas primaria), y no sé cómo cambia la iluminación. Me gustaría hablar con el director, no entiendo nada de la película, estoy confuso, siento como voy muriendo poco a poco a medida que avanza.
Se oyen voces y noto que estoy mejor físicamente, pero no quiero. Quiero volver a mi mundo de destrucción y felicidad. Igual tú eres el psicotrópico, no lo sé, pero si lo eres, eres un antidepresivo. Prefiero dormir a vivir. Soñar que sueño contigo, no despertar, cosido al colchón.

En lo que tardo en pensar todo esto, has salido de la película. Y todo vuelve a estar en blanco y negro. Vuelvo a vivir, pero sigo sin ser feliz, sigue faltando algo. Sigue faltando el color, pero en el fondo, son los colores tu verdadera esencia.

Tuyo, Tiger.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Escapar.

Esas ganas de mandarlo todo a la mierda porque sí, porque ya estás cansada.
Desaparecer, esa es la palabra. Daría lo que fuese por desaparecer ahora mismo de aquí. Lo mejor que me podría pasar es que el mundo se parase y en realidad toda mi vida haya sido un sueño. Bueno, mejor dicho una pesadilla.
En este instante me pasan muchas cosas por la cabeza; algunas buenas, pero la mayoría malas.
“¿Cómo puedo ser feliz?”, esa pregunta está demasiadas veces por mi mente. Pues bien, me gustaría apagar el móvil para siempre, tirarlo a la basura o algo parecido. Así nadie podría molestarme, porque sólo quiero estar sola. No sé si quiero soledad para siempre, para un mes o para un rato, pero es lo que hay. Eso sería lo primero que haría, pero claro, en los tiempos que estamos también tendría que desactivar twitter, tuenti y todas esas mierdas. La verdad es que creo que poca gente –por no decir nadie- me echaría de menos. Que sí, que se preguntaría que ha sido de mí, pero al cabo de unos días ya no se acordarían ni de mi nombre.
También podría irme de aquí. No digo irme de mi casa ni de mi barrio, digo irme lejos. Podría empezar una vida nueva apartada de todo y de todos; sin nadie que me juzgue por lo que ya he hecho. Comenzaría de nuevo, sin cometer los mismos errores. Aunque, ahora que lo pienso, seguro que lo volvería a joder todo. Cagarla, esa es mi especialidad.
Estoy segura de que un día me hartaré en serio, cogeré el pasaporte y adiós. La verdad es que no me importa a quién le puede afectar esto; es mi vida y si quiero cagarla, la cago.
Tengo que hacer una pausa para pensar en todo, en qué es lo mejor para mí. Ya no me importa lo que piensen los demás, me da igual que sea un total desconocido el que me juzgue o que sea mi madre.
Sinceramente no entiendo por qué estoy escribiendo esto con lágrimas en los ojos; no quiero ser como soy, pero ya no puedo hacer nada, es demasiado tarde. 

jueves, 7 de marzo de 2013

13th Dopesmoker's Wasps.

Joder. ¡Joder!
Se despertó el enjambre que tenía en su cabeza. Las avispas nunca le habían gustado. Le picaban. Era alérgico. Tenía angustia, miedo, pánico, se sentía atacado, muerto. Veía avispas en cada esquina. Lo miraban diciéndole: "Vas a sufrir, hijo de puta". 
Se lo contaba a su madre. Bueno, a la que decía que era su madre. Él no recordaba nada y en una ocasión, quién decía ser su hermano le había creado las sospechas. Todos eran tan normales en su casa, alguna explicación habría. Menos su padre. No lo conocía, había muerto. Quien decía ser su madre se asustó. Lo llevó al psicólogo, este le mandó al psiquiatra.
"Todo está en tu cabeza, hijo". Si estuviese en mi puta cabeza, no notaría como se me inflama la piel. Como me arde la boca, la frente, como mi corazón late como una locomotora. Como mi saliva se transforma en alquitrán.
Notaba como las putas avispas se agolpaban en su cabeza. Zumbaban. Bzzzzzzzz. Le decían que iba a sufrir, pero ya no era un hijo de puta, no. Ahora era un bastardo. Zumbaban más fuerte. BZZZZZZZZZ. Mordían. Notaba como le iban despellejando poco a poco, de dentro a fuera, él no era el caballo de Troya, él era Troya.
Sufría. Y mientras, un gilipollas en un sillón, con más dinero en el banco que neuronas en la cabeza le decía que todo estaba en su cabeza. Entonces, lo vió.
Un abrecartas plateado. Tenía 13 años. Ese número traía mala suerte, pero él había sido fuerte. Lo estaba dejando de ser. Bzzzzzzzz. Bzzzzzzzzzzzzzz. BZZZZZZZZZZ. Tenía que acabar con ello antes de ser débil.
Se incorporó, ante la atónita mirada de los dos ocupantes de la sala.
Asió el abrecartas y se lo clavó en la garganta a su madre. Que bien se sentía. No era más que otra avispa. Ella no era más que otra avispa.

El último ocupante de la habitación dijo algo así como "Tranquilízate" con una voz vibrante y nerviosa, pero el solo escuchó un BZZZZZZZZZZZZZZZZ. Tenía que pararlo. Le agarró de las antenas y lo empujó, tirándole al suelo. Mordió su cuello. Una vez. Dos. Tres. Así trece veces. Casualmente, trece mordiscos tuvo que esperar hasta que dejó de notar mordiscos. Hasta que dejó de moverse. Hasta que ya no había ni un ligero Bzzzz. Pero eso no lo entendería nadie. 
Seguía habiendo avispas por todos los lados, aunque ahí estaba seguro. Aunque no durante mucho tiempo. La recepcionista le había llamado bastardo también. Abrió la ventana y vio el avispero que se extendía a sus pies. Estaba en la celda 13. 
Pero tenía sangre de avispa en su boca. Volvió junto al cadáver y se untó las manos para extenderlo por su cara. Se quitó su camiseta (era amarilla y negra, qué asco) y se marcó una línea vertical desde el ombligo a la nariz y una horizontal de codo a codo. Y entonces, saltó. Podría volar, sería libre. Sería feliz.
Y efectivamente, iba a ser feliz, iba a ser libre, pero no podía volar.

martes, 5 de marzo de 2013

Sublimación.


Es frustrante el comienzo de algo. Me refiero a los verdaderos comienzos; a iniciar algo desde nada –como cuando comenzamos a vivir–. Llenar el blanco.
A estas alturas, no se saben si lejanas o cercanas, de la humanidad, hemos impreso, probablemente, todo lo que era posible imprimirse –menos la verdad, o apenas la verdad–. Así que lo que nos queda es la composición. Imprimir lo mismo, pero componerlo de otro modo; ese es el verdadero reto. Un método de superación, quizá. Es necesario, a veces, repetir ciertas ideas –y muchas de ellas se repiten ahora mismo, al igual que se han ido repitiendo a lo largo de la historia–. Surgen nuevas generaciones, y, aunque tengamos ciertas cosas muy asumidas, dichos neonatos aún no han captado lo mismo que nosotros. Y, aún así, es necesario que sublimemos nuestra percepción del mundo a través de esa mejora en la composición; a pesar de repetir la misma teoría, porque (casi) siempre se puede mejorar. Acuñar un detalle más.
Por otro lado, no sé lo que he venido a hacer aquí. He venido, en compañía. Quiénes seamos aquí, difiere de quiénes seamos fuera de aquí (eso seguro). Compondremos mejor, peor o igual cada vez. Nos captaran nuevos, viejos o expertos. Quién sabe; qué importa. Estamos aquí. Y hemos venido a sublimar el vacío.